lunes, 5 de enero de 2009

GIARA DI GESTURI, 31 de octubre

Hoy el día se ha levantado también cubierto. Por lo tanto aplazo lo del mar y me dirijo a una meseta próxima donde habitan los últimos caballos salvajes de Cerdeña. Se supone que los trajeron los fenicios hace 3.000 años. En el cartel del parque dicen que no son "autóctonos". Si después de estar 3.000 años en la isla no son autóctonos, ¿Que lo es?.

Me doy un paseo. Veo unos cuantos. Son pequeños, marrones a negros, con las crines y colas largas. A estas horas de media mañana están apaciblemente comiendo o descansando. Me observan tranquilamente y siguen a lo suyo.

La tranquilidad en la meseta es total, solo se escucha el ruido del viento, las hojas de los árboles y los pájaros. Nuevamente la naturaleza llega para regalarme paz para mi alma.

Me he salido del camino al llegar a una laguna y acabo de encontrarme unas construcciones tradicionales, todavía en uso, con 3 caballos pastando en sus alrededores. Me hago con un corcho sardo para llevarme a España. Se trata de dos chozas formadas por una base de piedras de 1,5 metros de altura y un techo cónico muy alto y espigado de troncos de encina joven recubiertos por un mar de arbustos secos. La cavidad interna es muy oscura y tiene una parte central para el fuego. La más grande tiene para colgar un caldero encima de la lumbre. Además de esto hay una curiosa construcción, un cercado de piedras con 3 nichos en los que cabría una persona tumbada. Entiendo que será para los animales y presumo que puede ser para que se metan las ovejas si llueve.

Ahora mismo uno de los caballos está tumbado mirando hacia mi y los otros dos de pie descansando. Ya es el 2º grupo de 3 caballos que veo, y siempre uno de ellos es un potro pequeño. No se si será la pareja y el hijo o la madre y 2 hijos. Claramente hay uno/a que domina, que es el que se queda quieto observandome mientras los otros dos se van tranquilamente, como me paso con el grupo con el que me tope en la laguna. Todo esto entre alcornoques revirados y descorchados.

Llegando al coche me cruzo con un rebaño de cabras. Hay unos señores chivos, con sus barbas y todo.

Está lloviendo y tengo hambre. Voy a comer algo y me subo directamente para Alghero. Me dirijo al Nuraghe, que está cerrado. Llueve cada vez más fuerte. Saco la comida que me queda de otros días y me la como en el aparcamiento del Nuraghe. Después tomo la carretera hacia Alghero.

No ha parado de llover en toda la tarde. Diluvia. Y yo conduzco. Los del tiempo que miré no han acertado nada de nada. Espero que mañana el tiempo me de una tregua y pueda bañarme y tomar el sol de despedida. Una sombra se va cerniendo sobre mi alma.

Me equivoco de salida en la autopista. Estoy más al sur de lo que creía. Tomo las carreteras secundarias. De nuevo curvas y montañas. Vegetación exuberante, verde. Estoy cansado de lluvia y conducción. Cuando llego al mar estoy ya un poco bajo para afrontar el tramo final. Una sombra se cierne sobre mi alma.

Acabo de divisar el mar, hoy agitado, en BOSA y diviso la costa mediterránea que me separa de Alghero. Estoy dentro del coche, no para de llover. Me ha costado dejar de lado la Costa Verde. Sin embargo creo que ha sido una buena decisión. Esta lloviendo mucho y probablemente acabaría en un lugar muy solitario, como ayer, y con una buena paliza en el cuerpo. Cada vez llueve con más intensidad. Y una sombra se cierne sobre mi alma. Hoy me apetece el calor del amor y de las personas. Una ciudad con gente y vida a mi alrededor. Alghero esta bien. Y una sombra se cierne sobre mi alma.

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